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domingo, 2 de octubre de 2011

El Extraño.

Este es un relato corto (cortísimo, de hecho) que salió de un texto que garabateé hace bastante y que retoqué ligeramente para presentarlo a un concurso de micro-relatos (su temática eran los sentimientos, ya fuera uno concreto o en general). No llegó a nada más, pero me parece un buen comienzo para el blog...

Se puede descargar en formato pdf para una lectura más cómoda desde aquí 


EL EXTRAÑO

Me encontraba en el vagón del tren, camino a casa, vencido por un día duro que no era ni mucho menos el primero en lograrlo. Observaba, triste, el día gris y otoñal que pasaba ante mis ojos, los cuales luchaban por no cerrarse, acunados por el traqueteo del tren. Tras un zarandeo un tanto más brusco, levanté la adormilada vista y le vi sentado frente a mí, mirándome, con una media sonrisa carente de cualquier tipo de sentimiento amigable.
-Ha pasado cierto tiempo... -me dijo sin perder la mueca; pero entonces su cara adopto una expresión repentinamente seria, acompañada de un leve movimiento de cabeza, como calculando algo-. El justo, creo yo...
Mire a mi alrededor con fastidio; hoy no tenía ánimo para encararme con un tarado. Observé que el hombre barbudo que estaba a mi altura, en el grupo de asientos del otro lado, ni siquiera había girado la cabeza, así como tampoco la chica de mirada perdida y grandes auriculares al cuello, unos metros más adelante, que observaba la puerta situada junto a mí. No levantaron la vista al oír la voz; ni siquiera un instante, como suele ser habitual llevados por la curiosidad, para satisfacerla con ojos huidizos, nerviosos, y luego volver a sus cosas y despreocuparse de todo.
Me extrañó... y esa sensación fue la primera corazonada que me dijo que la persona que tenía frente a mí no era real. Me avergoncé casi al instante de esa loca idea, pero entonces miré con más detenimiento y la sensación se convirtió en certidumbre. Ni siquiera ahora puedo recordar con claridad por qué. Puede que fuera la sensación de falta de definición en sus rasgos, en su contorno... como ocurre en los sueños. Pero era una sensación que sólo podías definir a posteriori; en ese momento no se me impedía que, al mirarlo, reconociera rasgos y gestos familiares. Y sentí que le conocía: era como un familiar o un amigo al que estás acostumbrado pero hace ya un largo tiempo que no ves.
-Claro que sabes quién soy -continúo en voz baja y desagradable-, o lo acabarás recordando enseguida. Siempre he estado junto a ti, pero pronto lo olvidas, dejándote llevar por momentos mejores.
Me revolví nervioso en el asiento, pues sus palabras me intranquilizaban a un nivel profundo, primigenio. No era el típico loco, no... Y mis “compañeros” de vagón seguían sin dar señal alguna de reconocer su presencia. Le dirigí una mirada fría, como aparentando indiferencia, pero eso sólo pareció divertirle un poco más. ¿Por qué no se iba y me dejaba en paz, sólo y tranquilo con mis problemas, y con mi vida llena de ellos?
-¿Quién crees que eres para desear que te deje sólo? -siseó en ese mismo instante, inclinándose bruscamente hacia delante; y entonces supe con seguridad que, de alguna forma, “leía” en mí-. ¿Por qué crees que voy a permitirlo? ¿Por qué crees que tienes derecho a que me aleje? Es más, ¿por qué crees que lo mereces?
Sus palabras flotaron un instante en el ambiente, en medio de la opresiva sensación que me producían, y luego cayeron lenta y pesadamente sobre mí. Tragué saliva trabajosamente mientras intentaba mantener la mirada, ya insegura, en ese rostro, ahora no sólo duro, sino también cruel. Me observó un rato más, se levantó sin hacer ruido alguno y se dirigió hacia la puerta que comunicaba los vagones. No miré como salía y, extrañamente, tampoco oí incrementarse el chirriar metálico de las ruedas al abrir la puerta, pero supe que ya no estaba a mi lado.
No a mí lado, pero sí conmigo y quizás para siempre. Porque finalmente le había reconocido, y supe que su nombre no era otro que Amargura...


Gaueko”

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